martes, 8 de julio de 2014

Las manos como el corazón o el café.

Tantas veces imaginé el tacto de su piel o los nervios provocados por su mirada clavada en la mía. Tantas madrugadas mi vida parecía deshacerse y no podía tocar al otro lado de la cama y sentirlo, saber que estaba al otro lado de la almohada y sentir su aliento en mi cuello. Y, mientras tanto, mis brazos huérfanos de los suyos, mis ojos ciegos al no ver a través de los de él, mi boca seca por no poder calmar mi sed de la suya, mis oídos sordos ante cualquier sonido que no fueran sus susurros. Y mis manos como el corazón o el café que no eres capaz de acabar si no le ves reír: frías, congeladas.
Tan eclipsada por su amor, tan arropada por su sonrisa y tan desemparada sin que ella me perteneciera. Tan perdida, sola y confundida simplemente sin él -sin más secreto-. Tantas mariposas muertas por eutanasia, sentimientos que exterminé, todo lo que importó un día fue su persona.
Mi pregunta después de todo esto es: ¿cómo un amor imposible puede dejarte tan rota y tan feliz a la vez? ¿Cómo sientes que eres empujada al abismo y al mismo tiempo consigues volar? ¿Cómo te completa y destroza siendo significados contrariados?
Un corazón que late a la par de otro, libre, revuelto, desmesuradamente feliz. Otro corazón que no te pertenece -ojalá-. Una curva de dos labios que no enderezan tu mundo porque no es por ti, no es para ti, no eres tú, no es él, no sois vosotros, no es nada, no coexistís o como sea.
Eso es lo que te queda, una curvatura agradable, un café frío, un corazón revuelto, unos sentidos sordo-ciego-mudos, un vacío en la vida.

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