sábado, 16 de noviembre de 2013
“Cuando no hay dirección, motivación o sentido el miedo rige. Como la vez que fingí ser algo con ella por temor a no ser nada con nadie, o la vez que presionado por el tiempo elegí una carrera por temor a quedarme estancado, también está aquella vez en la que le di la espalda a mi ser por temor a que no fuera aceptado como soy, o esa terrible ocasión en la que decidí perdonarla y quedarme con ella por temor a la soledad. Cuando el miedo rige la razón se ausenta, la lógica se indigna y los errores hacen un festín de tu vida.”
domingo, 10 de noviembre de 2013
sábado, 9 de noviembre de 2013
Porque me convencí. Me apropié de las cenizas que provocaron el fuego de nuestra pasión. Y, así, cada vez que aspiraba una pizca los recuerdos me golpeaban. Me invadía la fragancia de tu cuello combatiendo a mi aliento o viceversa. Y todo se hacía más fácil cuando era de ese modo, cuando lo único imprescindible era pasear cada noche por el sendero de tus lunares en la piel morena que tantas veces me permitió perder la cabeza.
Pues perderme en tu presencia no estaba en mis planes, nunca acepté poder acariciar tus pulgares cuando quisiera, cuando me apeteciera. No conseguí asumir la idea de que, a regañadientes, yo te había hecho tan de mí que hasta dolía a ratos. Ratos efímeros en los que mis brazos notaban el vacío de los tuyos y desesperados se aferraban a la almohada. Momentos precisos en el que la esquizofrenia quiso apoderarse de mí sin dejar huella.
Quizá lo que ocurrió fue que nos consumió la necesidad, que se gastó el amor por culpa de la misma, que nos desgastamos en las caricias de cada madrugada, que la verdad fue nuestra aliada y no dejamos la puerta abierta a más opciones. No deseamos más que ambos cuerpos unidos y las mordeduras acabaron inyectando veneno que traspasó nuestra capa externa y rebosó en nuestra alma.
Y es que eramos tan diferentes. Tú tan tuyo y yo tan de nadie. Yo era frágil y tú estabas cubierto por el coraje. Y, a su vez, encajábamos tan bien.
Nos quisimos tanto que cualquier historia de amor se quedó corta a nuestro lado. Un capítulo de nuestras vidas fugaz pero intenso, leal y sincero. De los que no mantienes esperanzas, que no se crean espectativas y acaba siendo lo mejor de tu vida.
Pero se marchó. Dejó el otoño ser invierno. Permitió que las hojas se convirtieran en copos de nieve que me provocaron suturas en el corazón. Me obligó a no volver a andar descalza para no cometer el error de clavarme algún trozo de los añicos de mi despedazado corazón. Provocó una cura de larga duración de las heridas que a día de hoy no cicatrizan. Y es así, se perdió como si jamás hubiese existido, entre el vacío y la nada.
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