sábado, 1 de diciembre de 2012

Tengo esa sensación.


Tengo la sensación de que un día, cuando menos lo espere, en una milésima de segundo se cruzarán nuestras miradas. Entonces la ilusión aflorará, como cuando nace un niño, como cuando alguien se salva de la muerte, como cuando alguien que creíamos que habíamos perdido vuelve, como cuando todo de pronto vuelve a estar bien. De pronto, ya no existirá nada más que su mirada tatuada en mi corazón, e iré buscando esa mirada entre los ojos de la gente. Así me lo encontraré cualquier vez que esté vagando sin pista alguna de él, cuando lo de por imposible y me sonreirá. Y mis piernas temblaran, mi boca impedirá que mis palabras salgan y mi respiración será entrecortada. No podré presentarme, pues será tan imposible como dejar de admirarle sin perderme un solo detalle de él y de sus movimientos, de sus gestos, de su sonrisa, de sus ojos, de él en su totalidad. Pero agallas no me faltarán y como quien no quiere la cosa me acercaré, él me preguntará si nos conocemos sin dejar de sonreír con su mirada y yo no podré evitar enamorarme en ese instante de su voz, la que reproduciré cada vez que me vaya a dormir, pensando que podría estar entre sus brazos en ese mismo instante. Y así como llegó, se irá. Desaparecerá tan pronto que me costará hacerme la idea de que fue real, de que no fue más que un sueño. Su recuerdo será tan efímero como aquel cigarrillo que calmará mi mono de él, de su sonrisa, en una tarde lluviosa de enero, cuando el frío haya llegado a la ciudad, cuando camine rodeada de todos esos edificios que me harán sentir pequeña.

Y allí estará él, al final de esa calle que tan cortita me había parecido antes, pero tan inmensa se me hacía ahora. Sonriendo por volver a verme. Y mi corazón latiendo tan veloz que desde entonces, no sabré qué era eso del amor no correspondido.


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