sábado, 12 de mayo de 2012

Y el ahí, al lado de esa vieja puerta que tantos momentos entre él y yo había visto, nervioso, con una gran decisión entre sus manos. Y yo sin embargo, con las mejillas encharcadas, al otro lado de la puerta, con una maleta que significaba un adiós para nosotros, algo que quizá él no quería que hubiera ocurrido. Pero armada de valor salí de aquel mágico edificio, de aquel que sentenció cada beso, cada caricia... Escapé de mi propia felicidad, dándole la mano a la dolor, a la soledad, a los domingos de depresión, al masoquismo. Porque sabía que después de un tiempo estaría bien, y si él me quería lo suficiente, volvería.

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